Esta frase la leí cuando apenas era una pequeña niña de aproximadamente 8 años y me impacto tanto que decidí copiarla en mi libreta de notas para aprenderla.
Esta frase continúa despertando en mí el deseo de formar parte de algo más grande que yo, algo que haga que mi paso por la vida deje rastro pero no ensucie y ese deseo me ha abierto la puerta al Coaching.
Amo ser Coach por ser el medio a través del cual puedo poner al servicio del otro todo lo que he recibido de gracia (dones, habilidades, destrezas, conocimiento y experiencia) para que el otro de gracia también reciba destellos de luz que despierten su conciencia y pueda reconocer el potencial ilimitado que se le ha otorgado para ser quien ha sido llamado a ser.
En el caso del coaching organizacional el trabajo principal es despertar al colectivo la conciencia de la unidad en el contexto de una visión compartida que permitirá que el conjunto de las individualidades que conforman la organización se manifieste como una unidad que avanza armoniosamente al logro de los objetivos planteados.
El coaching organizacional me permite trabajar la individualidad con una visión colectiva y la colectividad con una conciencia de la necesidad individual manifiesto a través de cada integrante de la organización que se une al proceso de coaching.
Y la cereza de este postre, el proceso de coaching, el cual mi mente asocia al placer de degustar un rico helado, es el coaching de negocios pues me da la oportunidad de acompañar al despertar de la conciencia de emprendedores, empresario e inversionistas a los valores del ganar ganar que les permitirá gestionar sus ideas, empresas y proyectos en el mayor estado de bienestar para todos los involucrados.